viernes, 3 de octubre de 2008

LA VOZ DE LOS DIOSES (parte final)


Invadida por los recuerdos, me encontré, casi sin darme cuenta, frente a la grieta en la pared rocosa que daba acceso a la cueva, y me sorprendí a mí misma diciendo en voz alta, mientras regresaba bruscamente al presente: “aquí hallarás las respuestas”. Habían pasado tantos años…pero todavía me parecía oír la voz de mi abuela.
El lugar estaba muy tranquilo y no había nadie a la vista. “¿Por qué no entrar?”. Y eso fue lo que hice, con bastante esfuerzo he de decir; ya que me costó horrores pasar por la abertura. “Este año sin falta, me apunto a un gimnasio”, pensaba mientras me dejé caer pesadamente sobre el suelo arenoso de la cueva.- ¡Vaya, hasta aquí ha llegado también la civilización!- y apartando de un manotazo dos latas de bebida, me recosté apoyando mi espalda lo mejor que pude en la irregular pared. Poco a poco mis ojos se adaptaron a la oscuridad y lentamente fueron recorriendo todos los recovecos de aquel singular lugar, hasta descubrir unos dibujos grabados en la pared. Sí, mi abuela me los había enseñado una vez, “el símbolo de la Madre Tierra” había dicho. Los petroglifos eran bastante antiguos y representaban, de forma muy esquemática, un ser humano con los brazos extendidos. Absorta como estaba en la contemplación de estas figuras, mi mente y mi cuerpo se fueron relajando poco a poco hasta entrar en una especie de adormecimiento. Al poco tiempo comenzó a llegar hasta mis oídos una extraña vibración, un suave zumbido que parecía venir de todas partes, era como si la roca hablara, mecida por este murmullo de la “tierra” fui entrando lentamente en una especie de trance, y a partir de ahí el milagro ocurrió: mi mente se abrió y, por unos instantes me sentí formar parte del universo, unida a todo cuanto me rodeaba: las rocas, el agua, el aire…me había “desintegrado” en multitud de partículas que circulaban y se mezclaban libremente a lo largo y ancho del planeta…
No sé cuanto tiempo había transcurrido, pero cuando “regresé” ya estaba anocheciendo. Me incorporé como pude y salí al exterior. La brisa fresca, acariciando mi rostro, me terminó de despejar. Todo permanecía en silencio y los árboles se mecían rítmicamente, como si me dieran la bienvenida tras haber llegado de un largo viaje.
Había acudido a este lugar con el secreto deseo de encontrar las respuestas a mis numerosas preguntas. No logré hallarlas pero en su lugar, conseguí algo más importante, me había encontrado conmigo misma y había experimentado esa unión tan mágica con el cosmos, ¡eso debía de ser lo que los antiguos llamaban “comunicarse con los dioses”!